jueves, 16 de junio de 2011

¿CUÁN IMPORTANTE ES PERDONAR Y BENDECIR A NUESTROS ENEMIGOS?

Pablo escribe: “Dejad lugar a la ira de Dios” (Romanos 12:19). Él está diciendo: “Soporten el daño. Ríndanlo y avancen. Vivan en el Espíritu”. Sin embargo, si decidimos no perdonar las ofensas hechas a nosotros, vamos a enfrentar las siguientes consecuencias:
  1. Llegaremos a ser más culpables que la persona que ocasionó la herida.
  2. La misericordia de Dios y su gracia hacia nosotros se apartarán. Luego, a medida que las cosas comiencen a ir mal en nuestras vidas, no lo entenderemos, porque estaremos en desobediencia.
  3. Los maltratos de nuestro perseguidor en contra nuestra,continuarán robándonos la paz. El obtendrá la victoria al lograr herirnos de forma permanente.
  4. En cuanto Satanás logre conducirnos a tener pensamientos de venganza, él podrá llevarnos a pecados aun más mortales. Y cometeremos transgresiones aun peores que éstas.
El escritor de Proverbios, aconseja: “La cordura del hombre detiene su furor, y su honra es pasar por alto la ofensa” (Proverbios 19:11). En otras palabras, no debemos hacer nada hasta que nuestra ira no haya menguado. Nunca debemos tomar una decisión ni tomar medidas mientras estemos aún airados.
Cada vez que pasamos por alto las ofensas y perdonamos los pecados cometidos en contra nuestra, traemos gloria a nuestro Padre celestial. Al hacerlo, nuestro carácter es edificado. Cuando perdonamos como Dios perdona, Él nos lleva a una revelación de favor y bendición que nunca conocimos.
Jesús nos dice que debemos amar a aquéllos que se han hecho nuestros enemigos, haciendo tres cosas:
1. Debemos bendecirlos.
2. Debemos hacerles bien.
3. Debemos orar por ellos.
En Mateo 5:44 Jesús dice: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen.”

 David Wilkerson

viernes, 3 de junio de 2011

Pastores y predicadores: vivan y prediquen delante de Dios, no delante de los hombres



Alguien dijo una vez que la piedad consiste en hacer lo correcto, con la vista puesta únicamente en la aprobación de Dios. Esa es, en resumen, la enseñanza del Señor en Mt. 6:1-18. Al hacer limosnas, al orar, al ayunar, hazlo para tu Padre que ve en lo secreto, y El te recompensará en público.
Pues lo mismo debe dominarnos cuando predicamos la Palabra de Dios. Aunque esa es una labor que realizamos en público, al predicar debemos buscar únicamente la aprobación de Dios, no la de los hombres.
Escuchen las palabras de Pablo en 2Cor. 2:14-17: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente? Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo”.
La palabra que RV traduce como “falsificar” se usaba para señalar a los buhoneros que para vender su mercancía usaban todo tipo de astucia. Tenían fama de tramposos. Pues así son los falsos maestros, dice Pablo. Comercian con la Palabra de Dios; tuercen el mensaje o lo diluyen para hacerlo más potable al oído de los hombres.
Pero Pablo no pertenecía a ese grupo. El se veía a sí mismo como un hombre que hablaba de parte de Dios, y delante de Dios. Cuando predicaba el evangelio, su preocupación no era procurar la aprobación de los hombres; lo que lo dominaba era el hecho de estar bajo la mirada escrutadora de Dios (comp. 2Cor. 12:19). Hablamos para la edificación de los hermanos, pero lo hacemos delante de Dios.
Queridos pastores, podemos predicar ante un auditorio de 15 personas, o pueden ser 20,000, como llegó a ocurrir varias veces cuando Whitefield predicaba, pero a final de cuentas sólo importa la opinión de Uno de los presentes, Uno que puede ver lo que ningún hombre podrá ver jamás, porque Su mirada penetra hasta lo más profundo de nuestros corazones (vers. 17).
La palabra “sinceridad” parece derivarse de un vocablo que significa “examinar algo bajo la luz del sol”. Pablo estaba consciente del hecho de que todo su ser era como un libro abierto delante de Dios, y esa conciencia lo movía a ser real y genuino.
Cuando un hombre predica con esa conciencia, eso afecta el mensaje y su disposición al entregarlo. ¿Por qué muchos predicadores evitan condenar el pecado abiertamente o evaden hablar del juicio de Dios contra el pecado?
¿Por qué muchos púlpitos no proclaman hoy día la centralidad de Dios y Su grandeza, sino que todo parece girar en torno al propósito de que todo el mundo se sienta bien? Porque no los domina esta perspectiva apostólica. El hombre que predica de parte de Dios, y delante de Dios procurará no hacer otra cosa que transmitir con integridad el mensaje que El nos ha confiado en Su Palabra.
No vamos al púlpito con la intención expresa de ofender a nadie. Pablo mismo exhorta a los hermanos de Colosas a que sus palabras sean siempre con gracia, sazonadas con sal. El tacto es una virtud, no una señal de debilidad.
Pero todo hombre que predica la Palabra con integridad sabe que tendrá que tocar temas que no son agradables al oído de mucha gente. Si predicamos delante de Dios no vamos a evadir esos temas.
Pero esta conciencia no sólo incide en el mensaje, sino que también guarda al predicador de todo tipo de afectación mientras predica. El hombre que predica delante de Dios no sube al púlpito para hacer un espectáculo teatral. El sabe que a los ojos de Dios es completamente transparente. Dios está viendo los movimientos de su corazón mientras predica.
Por eso este siervo de Dios se preocupa por tener una limpia conciencia y un corazón puro, porque él puede engañar a su auditorio y hacerle creer que es celoso de la gloria de Dios, y que ama la verdad y las almas de los hombres; pero él sabe que no puede engañar a Dios.
Amados pastores, si hay algo que el siervo de Dios debe cultivar es esa conciencia de que vive y ministra de parte de Dios, y delante de Dios.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo