sábado, 14 de julio de 2012

El perdón


El perdón debe ser inmediato. Una vez me picó una araña durante la noche. Tuve una reacción alérgica que duró casi medio año. Ahora bien, si hubiera podido sacar el veneno antes de que se extendiera por el cuerpo, hubiera quedado una pequeña cicatriz pero no habría habido una reacción tan aguda. 


Algo semejante sucede con el perdón. Hay que perdonar inmediatamente antes de que “la picadura empiece a hincharse.” Jaime Mirón


Dios os bendiga!

domingo, 28 de agosto de 2011


La vieja y la nueva cruz, A. W. Tozer


Sin anunciar y casi sin ser detectada, ha entrado en el círculo evangélico una cruz nueva en tiempos modernos. Se parece a la vieja cruz, pero no lo es; aunque las semejanzas son superficiales, las diferencias son fundamentales.
Mana de esa nueva cruz una nueva filosofia acerca de la vida cristiana, y de aquella filosofia procede una nueva técnica evangélica, con una nueva clase de reunión y de predicación. Ese evangelismo nuevo emplea el mismo lenguaje que el de antes, pero su contenido no es el mismo como tampoco lo es su énfasis.
La cruz vieja no tenía nada que ver con el mundo, para la orgullosa carne de Adán, significaba el fin del viaje. Ella ejecutaba la sentencia impuesta por la ley del Sinaí. En cambio, la cruz nueva no se opone a la raza humana; antes al contrario, es una compañera amistosa y, si es entendida correctamente, puede ser fuente de océanos de diversión y disfrute, ya que deja vivir a Adán sin interferencias. La motivación de su vida sigue sin cambios, y todavía vive para su propio placer, pero ahora le gusta cantar canciones evangélicas y mirar películas religiosas en lugar de las fiestas con sus canciones sugestivas y sus copas. Todavía se acentúa el placer, aunque se supone que ahora la diversión ha subido a un nivel más alto, al menos moral aunque no intelectualmente.
La cruz nueva fomenta un nuevo y totalmente distinto trato evangelistico. El evangelista no demanda la negación o la renuncia de la vida anterior antes de que uno pueda recibir vida nueva, predica no los contrastes, sino las similitudes; intenta sintonizar con el interés popular y el favor del público, mediante la demostración de que el cristianismo no contiene demandas desagradables, antes al contrario, ofrece lo mismo que el mundo ofrece pero en un nivel más alto. Cualquier cosa que el mundo desea y demanda en su condición enloquecida por el pecado, el evangelista demuestra que el evangelio lo ofrece, y el género religioso es mejor.
La cruz nueva no mata al pecador, sino que le vuelve a dirigir de nuevo en otra dirección. Le asesora y le prepara para vivir una vida más limpia y más alegre, y le salvaguarda el respeto hacia sí mismo, es decir, su "auto-imagen" o la "opinión de sí mismo". Al hombre lanzado y confiado le dice: "Ven y sé lanzado y confiado para Cristo". Al egoísta le dice: "Ven yjáctate en el Señor". Al que busca placeres le dice: "Ven y disfruta el placer de la comunión cristiana". El mensaje cristiano es aguado o desvirtuado para ajustarlo a lo que esté de moda en el mundo, y la finalidad es hacer el evangelio aceptable al público.
La filosofia que está detrás de esto puede ser sincera, pero su sinceridad no excusa su falsedad. Es falsa porque está ciega. No acaba de comprender en absoluto cuál es el significado de la cruz.
La cruz vieja es un símbolo de muerte. Ella representa el final brutal y violento de un ser humano. En los tiempos de los romanos, el hombre que tomaba su cruz para llevarla. ya se había despedido de sus amigos, no iba a volver, y no iba para que le renovasen o rehabilitasen la vida, sino que iba para que pusiesen punto final a ella. La cruz no claudicó, no modificó nada, no perdonó nada, sino que mató a todo el hombre por completo y eso con finalidad. No trataba de quedar bien con su víctima, sino que le dio fuerte y con crueldad, y cuando hubiera acabado su trabajo, ese hombre ya no estaría.
La raza de Adán está bajo sentencia de muerte. No se puede conmutar la sentencia y no hay escapatoria. Dios no puede aprobar ninguno de los frutos del pecado, por inocentes o hermosos que aparezcan ellos a los ojos de los hombres. Dios salva al individuo mediante su propia liquidación, porque después de terminado, Dios le levanta en vida nueva.
El evangelismo que traza paralelos amistosos entre los caminos de Dios y los de los hombres, es un evangelio falso en cuanto a la Biblia, y cruel a las almas de sus oyentes. La fe de Cristo no tiene paralelo con el mundo, porque cruza al mundo de manera perpendicular. Al venir a Cristo no subimos nuestra vida vieja a un nivel más alto, sino que la dejamos en la cruz. El grano de trigo debe caer en tierra y morir.
Nosotros, los que predicamos el evangelio no debemos considerarnos agentes de relaciones públicas, enviados para establecer buenas relaciones entre Cristo y el mundo. No debemos imaginarnos comisionados para hacer a Cristo aceptable a las grandes empresas, la prensa, el mundo del deporte o el mundo de la educación. No somos mandados para hacer diplomacia sino como profetas, y nuestro mensaje, no es otra cosa que un ultimatum.
Dios ofrece vida al hombre, pero no le ofrece una mejora de su vida vieja. La vida que El ofrece es vida que surge de la muerte. Es una vida que siempre está en el otro lado de la cruz. El que quisiera gozar de esa vida tiene que pasar bajo la vara. Tiene que repudiarse a sí mismo y ponerse de acuerdo con Dios en cuanto a la sentencia divina que le condena.
¿Qué significa eso para el individuo, el hombre bajo condenación que quisiera hallar vida en Cristo Jesús? ¿Cómo puede esa teología traducirse en vida para él? Simplemente, debe arrepentirse y creer. Debe abandonar sus pecados y negarse a sí mismo. ¡Que no oculte ni defienda ni excuse nada! Tampoco debe regatear con Dios, sino agachar la cabeza ante la vara de la ira divina y reconocer que es reo de muerte.
Habiendo hecho esto, ese hombre debe mirar con ojos de fe al Salvador; porque de Él vendrá vida, renacimiento, purificación y poder. La cruz que acabó con la vida terrenal de Jesús es la misma que ahora pone final a la vida del pecador; y el poder que resucitó a Cristo de entre los muertos, es el mismo que ahora levanta al pecador arrepentido y creyente para que tenga vida nueva junto con Cristo.
A los que objetan o discrepan con esto, o lo consideran una opinión demasiada estrecha, o solamente mi punto de vista sobre el asunto, déjame decir que Dios ha sellado este mensaje con Su aprobación, desde los tiempos del Apóstol Pablo hasta el día de hoy. Si ha sido proclamado en estas mismísimas palabras o no, no importa tanto, pero sí que es y ha sido el contenido de toda predicación que ha traido vida y poder al mundo a lo largo de los siglos. Los místicos, los reformadores y los predicadores de avivamientos han puesto aquí el énfasis, y señales y prodigios y repartimientos del Espíritu Santo han dado testimonio juntamente con ellos de la aprobación divina.
¿Nos atrevemos, pues, a jugar con la verdad cuando somos conocedores de que heredamos semejante legado de poder? ¿Intentaríamos cambiar con nuestros lápices las rayas del plano divino, el modelo que nos fue mostrado en el Monte? ¡En ninguna manera! Prediquemos la vieja cruz, y conoceremos el viejo poder.


"El corazón que aprende a morir con Cristo pronto gustará la bendita experiencia de resucitar con Él,
y toda la persecución del mundo no podrá callar las dulces notas del santo gozo,
que surge en el alma que ha venido a ser morada del Espíritu Santo".

jueves, 16 de junio de 2011

¿CUÁN IMPORTANTE ES PERDONAR Y BENDECIR A NUESTROS ENEMIGOS?

Pablo escribe: “Dejad lugar a la ira de Dios” (Romanos 12:19). Él está diciendo: “Soporten el daño. Ríndanlo y avancen. Vivan en el Espíritu”. Sin embargo, si decidimos no perdonar las ofensas hechas a nosotros, vamos a enfrentar las siguientes consecuencias:
  1. Llegaremos a ser más culpables que la persona que ocasionó la herida.
  2. La misericordia de Dios y su gracia hacia nosotros se apartarán. Luego, a medida que las cosas comiencen a ir mal en nuestras vidas, no lo entenderemos, porque estaremos en desobediencia.
  3. Los maltratos de nuestro perseguidor en contra nuestra,continuarán robándonos la paz. El obtendrá la victoria al lograr herirnos de forma permanente.
  4. En cuanto Satanás logre conducirnos a tener pensamientos de venganza, él podrá llevarnos a pecados aun más mortales. Y cometeremos transgresiones aun peores que éstas.
El escritor de Proverbios, aconseja: “La cordura del hombre detiene su furor, y su honra es pasar por alto la ofensa” (Proverbios 19:11). En otras palabras, no debemos hacer nada hasta que nuestra ira no haya menguado. Nunca debemos tomar una decisión ni tomar medidas mientras estemos aún airados.
Cada vez que pasamos por alto las ofensas y perdonamos los pecados cometidos en contra nuestra, traemos gloria a nuestro Padre celestial. Al hacerlo, nuestro carácter es edificado. Cuando perdonamos como Dios perdona, Él nos lleva a una revelación de favor y bendición que nunca conocimos.
Jesús nos dice que debemos amar a aquéllos que se han hecho nuestros enemigos, haciendo tres cosas:
1. Debemos bendecirlos.
2. Debemos hacerles bien.
3. Debemos orar por ellos.
En Mateo 5:44 Jesús dice: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen.”

 David Wilkerson

viernes, 3 de junio de 2011

Pastores y predicadores: vivan y prediquen delante de Dios, no delante de los hombres



Alguien dijo una vez que la piedad consiste en hacer lo correcto, con la vista puesta únicamente en la aprobación de Dios. Esa es, en resumen, la enseñanza del Señor en Mt. 6:1-18. Al hacer limosnas, al orar, al ayunar, hazlo para tu Padre que ve en lo secreto, y El te recompensará en público.
Pues lo mismo debe dominarnos cuando predicamos la Palabra de Dios. Aunque esa es una labor que realizamos en público, al predicar debemos buscar únicamente la aprobación de Dios, no la de los hombres.
Escuchen las palabras de Pablo en 2Cor. 2:14-17: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente? Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo”.
La palabra que RV traduce como “falsificar” se usaba para señalar a los buhoneros que para vender su mercancía usaban todo tipo de astucia. Tenían fama de tramposos. Pues así son los falsos maestros, dice Pablo. Comercian con la Palabra de Dios; tuercen el mensaje o lo diluyen para hacerlo más potable al oído de los hombres.
Pero Pablo no pertenecía a ese grupo. El se veía a sí mismo como un hombre que hablaba de parte de Dios, y delante de Dios. Cuando predicaba el evangelio, su preocupación no era procurar la aprobación de los hombres; lo que lo dominaba era el hecho de estar bajo la mirada escrutadora de Dios (comp. 2Cor. 12:19). Hablamos para la edificación de los hermanos, pero lo hacemos delante de Dios.
Queridos pastores, podemos predicar ante un auditorio de 15 personas, o pueden ser 20,000, como llegó a ocurrir varias veces cuando Whitefield predicaba, pero a final de cuentas sólo importa la opinión de Uno de los presentes, Uno que puede ver lo que ningún hombre podrá ver jamás, porque Su mirada penetra hasta lo más profundo de nuestros corazones (vers. 17).
La palabra “sinceridad” parece derivarse de un vocablo que significa “examinar algo bajo la luz del sol”. Pablo estaba consciente del hecho de que todo su ser era como un libro abierto delante de Dios, y esa conciencia lo movía a ser real y genuino.
Cuando un hombre predica con esa conciencia, eso afecta el mensaje y su disposición al entregarlo. ¿Por qué muchos predicadores evitan condenar el pecado abiertamente o evaden hablar del juicio de Dios contra el pecado?
¿Por qué muchos púlpitos no proclaman hoy día la centralidad de Dios y Su grandeza, sino que todo parece girar en torno al propósito de que todo el mundo se sienta bien? Porque no los domina esta perspectiva apostólica. El hombre que predica de parte de Dios, y delante de Dios procurará no hacer otra cosa que transmitir con integridad el mensaje que El nos ha confiado en Su Palabra.
No vamos al púlpito con la intención expresa de ofender a nadie. Pablo mismo exhorta a los hermanos de Colosas a que sus palabras sean siempre con gracia, sazonadas con sal. El tacto es una virtud, no una señal de debilidad.
Pero todo hombre que predica la Palabra con integridad sabe que tendrá que tocar temas que no son agradables al oído de mucha gente. Si predicamos delante de Dios no vamos a evadir esos temas.
Pero esta conciencia no sólo incide en el mensaje, sino que también guarda al predicador de todo tipo de afectación mientras predica. El hombre que predica delante de Dios no sube al púlpito para hacer un espectáculo teatral. El sabe que a los ojos de Dios es completamente transparente. Dios está viendo los movimientos de su corazón mientras predica.
Por eso este siervo de Dios se preocupa por tener una limpia conciencia y un corazón puro, porque él puede engañar a su auditorio y hacerle creer que es celoso de la gloria de Dios, y que ama la verdad y las almas de los hombres; pero él sabe que no puede engañar a Dios.
Amados pastores, si hay algo que el siervo de Dios debe cultivar es esa conciencia de que vive y ministra de parte de Dios, y delante de Dios.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo

lunes, 30 de mayo de 2011

COMO PERDER AMIGOS RAPIDAMENTE.

Una de las mejores formas de perder amigos y ser rechazados, es caminar conforme a la voluntad de Dios. Tener seriedad en los asuntos espirituales, abandonar todos tus ídolos, volverte al Señor con todo tu corazón, quitar tus ojos de las cosas del mundo… Y ¡Repentinamente te has convertido en un fanático religioso y te hallas ante el peor rechazo por el resto de tu vida! Cuando eras tibio, teniendo una forma de santidad sin poder, cuando no eras demasiado pecador o demasiado santo… tú no tenías problemas con nadie, ni aun con el diablo. Las cosas estaban tranquilas, eras aceptado. Tú eras justamente otro de los muchos creyentes indiferentes. Pero has cambiado. Tuviste hambre de Dios. Te convertiste de tus pecados y no pudiste participar ya más de los juegos de la iglesia. Te arrepentiste y te volviste al Señor de todo corazón. Se vinieron abajo los ídolos. Empezaste a escudriñar la Palabra de Dios. Te detuviste de ir tras las cosas materiales y llegaste a obsesionarte con Jesús. Viniste a un nuevo reino de discernimiento y comenzaste a ver cosas en la iglesia, las cuales antes no te interesaban. Escuchas cosas desde el púlpito que quebrantan tu corazón. Ves a otros congregantes comprometidos con el mundo, exactamente como tú estabas una vez. Eso te lastima. Has sido despertado, cambiado, quebrantado y contrito en espíritu. Y tienes ahora una carga por la iglesia dada por Dios. ¡Pero en lugar de que tus amigos se regocijen o entiendan, piensan que te estás volviendo loco!, llamándote fanático. Cuando el Espíritu Santo me despertó hace años, cuando empecé a ver su llamado a la santidad; y me convencí realmente de caminar en la verdad y la palabra llegó a ser viva; y cuando empecé a ver cosas que nunca había visto antes, quise compartirlo con todos. Deseé y llamé a los predicadores por teléfono y compartí lo que Dios estaba diciendo. Con muchos que vinieron a mi oficina, lloré y saqué mi Biblia y les señalé las verdades gloriosas de una total rendición y pureza de corazón. Pensé que ellos lo verían también. Pensé que amarían la Palabra y caerían conmigo a orar para obtener un nuevo toque de Dios. En lugar de eso, la mayoría solamente me miraron diciendo cosas como: ¿Estas seguro que no te estas sobrepasando un poco? o, “Es un poco pesado para mí”. Cuanto más busqué a Dios, menos me entendieron. Fue como agua helada que arrojaron en mi cara. Ellos no querían escuchar. Si esto te ha estado sucediendo desde que Dios te despertó, tú no estás solo. Quiero mostrarte y advertirte de acuerdo a la Palabra de Dios, que es lo que te espera si te has decidido a caminar de acuerdo a la voluntad de Dios. Debes esperar tres reacciones: 1. Serás rechazado 2. Serás echado 3. Serás apedreado. 1- Serás rechazado Jesús advirtió: “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece” (Juan 15:19). Muéstrame un creyente que haya llegado a amar tanto la Palabra, como hacedor de la verdad, y te mostraré uno que será rechazado y perseguido por la totalidad de la iglesia tibia. Abandona este mundo y ellos te abandonarán. Jesús tuvo muchos seguidores, hasta que la palabra que Él predicó fue percibida: –demasiado dura, demasiado exigente–. La multitud que amaba sus milagros escuchó sus declaraciones y lo abandonaron, diciendo: ¡Demasiado dura! ¿Quién puede recibirla? Jesús se volvió hacia los doce y preguntó: “¿Queréis acaso iros también vosotros?” o, ¿Es mi palabra demasiado dura para ustedes también? Pedro respondió: “¿A Quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”. (Juan 6:67-68) No, Pedro y los otros once no se irían porque la mayoría de la gente decía que era demasiado dura, demasiado exigente, la amaban porque estaba produciendo en ellos valores eternos. Ellos permanecerían en la verdad, sin importar el precio. Esta es la situación que cada cristiano debe afrontar en estos últimos tiempos: ¿Te vas a apartar de la Palabra que te convierte; verdad que señala tu pecado; verdad que remueve, corrige y arruina tus ídolos? ¿Verdad que te llama a quitar tus ojos de las cosas de este mundo, de ti mismo y del materialismo? ¿O te vas a apartar de escuchar un cosquilleo suave, sosegado de la verdad adulterada? ¿Vas a permitir que el Espíritu Santo te pruebe? ¿Te exponga? La verdad te hace libre: Libre de predicaciones muertas; libre de pastores muertos llenos de sus metodos y propia sabiduria; libre de tradiciones muertas; libre de doctrinas de demonios; libre de compañerismos y amiguismos que te desvían de la verdad porque es: “Demasiado comprometedora”, o por que ” trae division”como la llaman ellos. Los hacedores de la verdad desean venir a la Luz, dejar que cada hecho secreto sea revelado, Jesús dijo: “Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la Luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios”. (Juan 3:20-21). Aquello que es verdad genuina, revela cada cosa oculta. Cuando Jesús empezó a sacar a la luz los pecados ocultos, los judíos religiosos buscaron matarlo. Jesús dijo: “Sé que sois descendientes de Abraham; pero procuráis matarme, porque mi Palabra no haya cabida en vosotros. Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham. El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios” (Juan 8:37,40 y 47). Hay multitud de creyentes hoy en día que no aman la verdad. Dios dice que esto es a causa de su pecado secreto –“Se complacen en su iniquidad”-. Estos comprometidos amantes del placer están en un horrible engaño. Igual que los judíos de los tiempos de Jesús, están convencidos de que ellos ven. Creen que son hijos de Dios, y rechazan ferozmente cada palabra que revela sus más profundos secretos y codicias. Lo que tienen en sus corazones es algo diferente a la verdad. No están abrazando la verdad como una perla de gran precio. En vez de ello, acarician algún placer oculto, algún ídolo, algún pecado favorito. Anótalo. Aquellos que te rechazan y abandonan por causa de la verdad, lo hacen porque te ven como una amenaza hacia lo que ellos estiman. Tu vida apartada es una reprensión a su forma de actuar y tibieza. 2- Te echarán Jesús advirtió: “Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios” (Juan 16:2). Jesús dijo: estas cosas les digo, para que no se entristezcan… no se sorprendan cuando las iglesias tibias los arrojen: “Porque no conocen al Padre ni a mí” (Juan 16:3) Jesús sanó a un hombre que había nacido ciego. Fue traído a la iglesia para ser interrogado por los fariseos religiosos. Sus ojos se habían abierto: ¡Podía ver! Y dijo: “Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo” (Juan 9:25). ¿Se regocijaron ellos porque este hombre había recobrado la vista? ¡No! “Respondieron y le dijeron: Tú naciste del todo en pecado, ¿Y nos enseñas a nosotros? Y le expulsaron” (Juan 9:34) Ese hombre ciego representa el remanente santo –aquellos cuyos ojos han sido abiertos a la santidad de Dios–. Sigan adelante; testifiquen como él lo hizo ¡Antes estaba ciego y ahora veo! Ellos te echarán diciendo ¿Quién te ha hecho nuestro maestro? ¡Si tu pretendes caminar de acuerdo a la voluntad de Cristo, debes estar preparado para soportar su vituperio! “Porque por amor de ti he sufrido afrenta; confusión ha cubierto mi rostro. Extraño he sido para mis hermanos, y desconocido para los hijos de mi madre (mis hermanos y hermanas). Porque me consumió el celo de tu casa; y los denuestos de los que te vituperaban cayeron sobre mí” (Salmo 69:7-9). Esto habla primeramente de los sufrimientos de Cristo ¡Pero tal como Él estaba en este mundo, así estamos nosotros! Si ellos lo persiguieron y lo vituperaron, harán lo mismo con aquellos que mueren a sí mismos. ¿Quién vituperó a Cristo? ¿Quién amontonó deshonra sobre su cabeza y arrojó su nombre como una inmundicia? ¡La multitud de la iglesia centrada en el hombre! ¡Echar a los creyentes santos, es el más grande favor que la iglesia centrada en el hombre, pudiera otorgarles! Escucho a cristianos decir: “Mi iglesia esta muerta ¡No me gusta lo que está pasando, pero Dios me puso aquí! Permaneceré y trataré de cambiar las cosas”.Esto puede ser peligroso. También, puede ser la tradición la que te esté deteniendo. Puede ser que no estés listo para caminar de acuerdo a la voluntad de Dios como pensabas. Tus viejos amigos te detienen. 3- ¡Serás apedreado! ¡Serás apedreado por la mayoría! “Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu” (Hechos 7:59). ¡Había un hombre contra la multitud! Aquí tenemos un hombre “¡Con sus ojos fijos en Jesús!”, Siendo aborrecido por sus opositores. Escuchen el odio de estos hombres con vestidura de fanático religiosos: “Y crujían los dientes contra él. Se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él” (Hechos 7:54,57). ¿Qué fue lo que este hombre justo hizo para enfurecer a las multitudes religiosas? Predicó la verdad que les partió el corazón: “¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros. Vosotros que recibisteis la ley… y no la guardasteis” (Hechos 7:51,53). ¡Él tuvo que predicar la verdad! Ellos tenían su corazón aún ligado al mundo –atado por su codicia–. Sabían lo que era la ley de Dios, pero rehusaron obedecerla. Ellos crucificaron a Cristo. La espada de dos filos de la verdad había partido lo más profundo de sus corazones. Pero fue su testimonio, cuando vio el cielo abierto, lo que atrajo la ira sobre él. “Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon” (Hechos 7:55-58). Jesús enseñó una parábola del labrador que poseía una viña y envió por los frutos al tiempo de la cosecha. Envió a sus sirvientes. “Mas los labradores, tomando a los siervos, a uno golpearon, a otro mataron, y a otro apedrearon” (Mateo 21:35). ¡Así es hoy! Dios ha enviado sus santos atalayas a recoger el fruto de su viña. Pero en lugar de eso, hay palizas verbales, muertes con odio, apedreados con palabras hirientes. Tenemos hoy en día una “compañía de Esteban” quienes pueden decir: ¡He visto el cielo abierto! Esto es una clara visión de Jesús –esa cortante palabra de verdad, ¡que provoca la ira de aquellos incircuncisos de corazón!- Los israelitas trataron de aprender a Josué y a Caleb por su llamado a caminar de acuerdo a la voluntad de Dios. Diez espías desalentaron al pueblo de Dios diciendo: No podemos ir. ¡Hay demasiados gigantes! ¡Demasiadas murallas altas! “Y Caleb dijo… subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos” (Números 13:30). Pero ellos dijeron: “Designemos un capitán, y volvamos a Egipto” (Números 14:4) “Y Josué hijo de Nun y Caleb hijo de Jefone, que eran de los que habían reconocido la tierra, rompieron sus vestidos, y hablaron a toda la congregación de los hijos de Israel, diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra en gran manera buena. Si Jehová se agradare de nosotros, él nos llevará a esta tierra, y nos la entregará; tierra que fluye leche y miel. Por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Jehová; no los temáis. Entonces toda la multitud habló de apedrearlos. Pero la gloria de Jehová se mostró en el tabernáculo de reunión a todos los hijos de Israel” (Números14: 6-10) Mi interés en esta historia no es por Josué y Caleb, sino por Dios, que estaba con ellos. ¡Mi interés es por este pueblo de Dios que estaba crujiendo los dientes y recogiendo piedras! ¿Por qué un llamado a la obediencia provocó en ellos tal reacción? ¡Vean el llamado! Estoy convencido de que una vez que el corazón es capturado por un ídolo o codicia, la incredulidad se posesiona. La indiferencia y la incredulidad van de la mano. Por tal razón, toda predicación en contra de ser indiferentes al pecado los hace rechinar y terminan peleando contra Dios, mientras que ciegamente están confesando su nombre. La recompensa de caminar de acuerdo a la voluntad de Dios ¿Cuál es la recompensa? ¡Tener a Cristo junto a ti! Hay muchas otras recompensas por caminar de acuerdo a la voluntad de Dios, pero menciono sólo una, porque es todo lo que necesitamos. Pablo estaba encarcelado en una fortaleza en Jerusalén, mientras todo el sistema religioso buscaba matarlo. La iglesia estaba consternada. Él fue acusado de “Profanar el lugar santo, de predicar una falsa doctrina”. Aun los soldados “temieron que Pablo fuera despedazado”; así es que lo arrebataron de en medio de ellos y lo apresaron en un castillo. “A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma” (Hechos 23:11”) El mismo Señor le habló a Pablo -¡no un ángel!- Y qué palabra: ¡ANÍMATE! ¡HAY MAS POR VENIR! ¡Pero podrás enfrentar cualquier circunstancia o a cualquier persona si sabes que: EL SEÑOR ESTA CONTIGO!


Extraído del libro “Tenemos hambre de Cristo” de David Wilkerson

sábado, 9 de abril de 2011

El significado y valor de Romanos 7

Os comparto una lectura que me ha sido de mucha edificación.

EL SIGNIFICADO Y VALOR DE ROMANOS 7

Ahora llegamos al capítulo 7 de Romanos. Hay la tendencia de sentir que este capítulo
está mal situado en el lugar donde se halla. Nos gustaría ponerlo entre los capítulos 5 y 6. Al
fin del capítulo 6 todo es tan perfecto: entonces viene un quebrantamiento completo en el capítulo
7 y el grito “¡Miserable de mí!”. Entonces, ¿cuál es su enseñanza?
El capítulo 6 trata de la liberación del pecado: y el capítulo 7 de la liberación de la ley.
En el capítulo 6 Pablo nos ha relatado cómo podemos ser liberados del pecado y suponíamos
que eso fue todo lo que hacía falta. El capítulo 7 ahora nos enseña que la liberación del pecado
no basta, sino que también necesitamos liberación de la ley. Si no somos del todo emancipados
de la ley, nunca podremos experimentar la plena emancipación del pecado, pero ¿cuál
es la diferencia entre la liberación del pecado y la liberación de la ley? Todos conocemos el
significado de la liberación del pecado, pero necesitamos conocer también el significado de la
ley, si hemos de apreciar nuestra necesidad de liberación de ella.

LA INHABILIDAD TOTAL DEL HOMBRE

Muchos, aunque verdaderamente salvos, se hallan impedidos por el pecado. No viven
necesariamente bajo el poder del pecado todo el tiempo, pero hay ciertos pecados que les impiden
continuamente y así cometen los mismos pecados repetidas veces. Un día oyen el mensaje
pleno del Evangelio, que el Señor Jesús no sólo murió para borrar nuestros pecados, sino
que cuando murió nos incluyó a todos en su muerte; siendo así que no se trata solamente con
nuestros pecados, sino con nosotros mismos también. Sus ojos son abiertos y saben que han
sido crucificados, inmediatamente dos cosas siguen a aquella revelación. En primer lugar,
ellos cuentan con que han muerto y resucitado con el Señor y, en segundo lugar, ceden a los
derechos del Señor. Ellos ven que no tienen más derecho sobre sí mismos. Este es el comienzo
de una hermosa vida cristiana llena de alabanza al Señor.
Luego el creyente empieza a pensar en esta manera: “He muerto con Cristo, soy resucitado
con Él, y me he entregado a Él para siempre: ahora me corresponde hacer algo para Él,
dado que hizo tanto por mí. Quiero agradarle y hacer Su voluntad”. Así que después de la
consagración procura descubrir la voluntad de Dios y se propone obedecerle. Entonces es
cuando hace un descubrimiento extraño. Pensaba que podía hacer la voluntad de Dios y creía
que amaba esa voluntad, pero poco a poco encuentra que no siempre le gusta. A veces encuentra
hasta una manifiesta mala gana en obedecer: y a menudo, cuando trata de cumplir,
encuentra que no puede. Entonces empieza a dudar de su experiencia espiritual. Se pregunta:
“¿Será que yo realmente sabía? ¡Sí! ¿Será que yo realmente contaba? ¡Sí! ¿Será que yo verdaderamente
me entregué? ¡Sí! ¿Me he vuelto atrás de mi consagración? ¡No! ¿Entonces qué
pasa ahora?”. Cuanto más este hombre procura hacer la voluntad de Dios, tanto más fracasa
en cumplir. Finalmente llega a la conclusión que nunca amaba verdaderamente la voluntad de
Dios: así que ora por el deseo y el poder de cumplir. Confiesa su desobediencia y promete
nunca desobedecer de nuevo. Pero apenas se ha levantado de sus rodillas cuando ha fracasado
una vez más: antes que llegue al punto de victoria, es consciente de derrota. Entonces se dice
a sí mismo: “Puede ser que mi última decisi6n no fuera bastante definida. Esta vez vaya ser
absolutamente terminante”. Así que concentra toda su voluntad sobre el asunto, sólo para encontrar
que le aguarda un mayor fracaso que nunca después de la primera tentación. Entonces
repite las palabras de Pablo: “Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el
querer el bien está en mí, pero no el hacerla. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal
que no quiero, eso hago”. (Ro. 7:18,19).

EL SIGNIFICADO Y EL PROPÓSlTO DE LA LEY

Muchos cristianos son lanzados de repente a la experiencia de Romanos 7 y no saben
por qué. Se imaginan que Romanos 6 es bien suficiente. Habiéndolo entendido claramente,
piensan que no puede haber más cuestión de fracaso, y entonces con gran sorpresa se encuentran
repentinamente en Romanos 7, ¿,Cuál es la explicación? No conocen la liberación de la
ley. Romanos 7 nos Es dado para explicar y llevamos a la experiencia de la verdad de Romanos
6:14: “El pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la
gracia”. ¿Cuál, pues, es el significado de la ley?
La gracia significa que Dios hace algo a mi favor; la ley significa que yo hago algo para
Él. Ahora, si la ley significa que Dios demanda algo de mí, la liberación de la ley quiere decir
entonces que Él ya no lo demanda de mí, sino que Él mismo lo provee. La ley implica que
Dios me requiere que haga algo para Él; la liberación de la ley implica que Él me exime de
hacer cosa alguna para Él, y que en gracia Él mismo lo hace en mÍ. Yo (el hombre “carnal” de
Ro. 7:14) no necesito hacer nada para Dios: esto es liberación de la ley. La dificultad en Romanos
7 es que el hombre en la carne trató de hacer algo para Dios. Al momento que procuras
agradar a Dios, entonces te pones bajo la ley y la experiencia de Romanos 7 empieza a ser la
tuya. Cuando un hombre ve que es libertado de la ley, entonces proclama: “Yo no trataré de
hacer cosa alguna para Dios”. ¡Qué doctrina! ¡Qué formidable herejía! Pero b. liberación de la
ley significa justamente esto, que yo cese de tratar de agradar a Dios (esto es en la carne).
Debemos aclarar que la ley no tiene la culpa de nuestro fracaso. Pablo dice: “La ley a la
verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Ro. 7:12). ¡No! No hay nada mal en
la ley, pero hay algo indudablemente mal en mÍ. Las demandas de la ley sen justas, pero la
persona de quien las demanda es injusta. El problema no consiste en que las demandas de la
ley son injustas, sino en que yo no puedo cumplidas. El gobierno puede estar en su derecho al
demandarme el pago de $ 100, pero ¡lo malo es si yo sólo tengo $ 10 para satisfacer esa demanda!
Dios sabe quién soy. Él sabe que desde la cabeza hasta los pies estoy lleno de pecado.
Él sabe que soy la debilidad encarnada, que nada puedo hacer. El problema es que yo ignoro
esto. Admito que todos los hombres son pecadores y por consiguiente soy pecador; pero me
imagino que no soy tan pecador, sin esperanza, como algunos. Dios debe traemos al lugar
donde veamos que somos completamente débiles e incapaces. Mientras decimos eso, no lo
creemos del todo, y Dios tiene que hacer algo para que estemos plenamente convencidos del
hecho. Si no fuese por la ley, nunca hubiéramos conocido cuán débiles somos. Pablo aclara
esto en Romanos 7:7: “Yo no conocí el pecado sino por la ley: porque tampoco conociera la
codicia, si la ley no dijera: No codiciarás”. Cualquiera hubiera sido su experiencia con el resto
de la ley, fue el décimo mandamiento, que traducido literalmente es: “No desearás... “, el que
lo encaró. Entonces, él se vio cara a cara con su total incapacidad y fracaso.
Cuanto más tratamos de guardar la ley, tanto más se manifiesta nuestra debilidad, hasta
que se demuestra claramente que somos tan débiles que, en nosotros mismos, no nos queda
esperanza alguna. Dios lo sabía antes pero no nosotros, y así Dios tuvo que traernos por experiencias
dolorosas al reconocimiento del hecho. Necesitamos que nos sea demostrado, más
allá de toda discusión, que somos tan débiles. Es por eso que Dios nos dio la ley.
Así, con reverencia, podemos decir que Dios nunca nos dio la ley para guardada; ¡Él
nos dio la ley para quebrarla! Él sabía muy bien que nosotros no podíamos observarla. Somos
tan malos que Él no nos pide favor alguno ni hace demandas. Ningún hombre ha logrado
hacerse aceptable a Dios por medio de la ley. En ninguna parte del Nuevo Testamento dice
que la ley fue dada para ser guardada; pero sí dice que la ley fue dada para que hubiera trasgresión.
“La ley se introdujo para que el pecado abundase... (Ro.5:20). ¡La ley fue dada para
manifestamos como quebrantadores de la ley! Indudablemente soy pecador, “pero yo no conocí
el pecado sino por la ley... porque sin la ley el pecado está muerto.... pero venido el mandamiento,
el pecado revivió y yo morí” (Ro. 7: 7-9). La ley es la que expone nuestra verdadera
naturaleza. ¡Ay! somos tan vanidosos, nos conceptuamos tan fuertes, que Dios tiene que
darnos algo para probar cuán débiles somos. Al fin lo vimos y confesamos: “Soy un pecador
ciento por ciento, y no puedo hacer nada para agradar a Dios”.
Así, la ley no fue dada en la esperanza de que la guardaríamos: fue dada en el pleno conocimiento
de que la quebrantaríamos, y cuando la hayamos quebrantado tan completamente
que seamos convencidos de nuestra absoluta necesidad, entonces la ley habrá servido su propósito.
Ha sido nuestro ayo para llevamos a Cristo para que Él pueda guardada en nosotros
(Gá. 3:24).
CRISTO, EN NOSOTROS, EL FIN DE LA LEY

Hay todavía una ley de Dios, y ahora hay un “nuevo mandamiento” que exige mucho
más que el antiguo, pero ¡alabado sea Dios! sus demandas son cumplidas pues es Cristo quien
las cumple; es Cristo quien obra en mí lo que agrada a Dios. “No he venido para abrogar, sino
para cumplir (la ley)” son sus palabras (Mt. 5:17). Así Pablo, gozando el bien de la resurrección,
puede decir: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que
en vosotros produce (obra) así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:12,13).
Dios es el que obra en nosotros. La liberación de la ley no quiere decir que estamos
eximidos de hacer la voluntad de Dios, sino que estamos libres de hacerla como de nosotros
mismos. Desde aquí en adelante Otro lo hace en nosotros. Una vez que estamos plenamente
persuadidos de que no podemos satisfacer la voluntad de Dios, ni siquiera intentamos hacerla,
y ponemos nuestra confianza en el Señor, a fin de que Él manifieste en nosotros su vida de
resurrección. Desde ahora en adelante si algo es hecho, debe ser el Señor únicamente quien lo
haga. Infelizmente, algunos de nosotros, a pesar de saber que no podemos guardar la ley, aún
procuramos hacerla.
Voy a ilustrar esta verdad por lo que he visto en mi propia patria. En la China, algunos
peones pueden llevar una carga de sal de unos ciento veinte kilos, y algunos, hasta doscientos
cincuenta kilos. Pero aquí viene un hombre que sólo puede levantar ciento veinte kilos y hay
una carga de doscientos cincuenta. Sabe perfectamente bien que no la puede cargar y, si es
prudente, dirá: “No la tocaré”. Pero la tentación de probar es inherente en la naturaleza humana,
así que, aunque es imposible que la lleve, todavía trata de hacerla. Cuando jovencito, me
divertía observando a diez o veinte de esos hombres que llegaban y probaban, aunque cada
uno de ellos sabía que le era imposible. Al fin tuvieron que dejar y dar lugar al que podía.
Cuanto antes abandonemos la prueba tanto mejor, porque si ocupamos el terreno entonces
no queda lugar para e1 Espíritu Santo. Pero si decimos “No lo haré, confiaré en Ti para
hacerlo en mí”, entonces hallaremos que una fuerza más poderosa que nosotros nos lleva adelante.
En el año 1923 me encontré con un evangelista renombrado. Yo había dicho algo parecido
a lo que antecede, y como volvimos a su hogar juntos, observó: “La enseñanza de Romanos
7 es poco proclamada hoy en día; es bueno oírla de nuevo. El día que fui librado de la ley
era un día de cielo en la tierra. Después de ser creyente durante años, seguí tratando de hacer
lo mejor que pude para agradar a Dios, pero cuanto más procuré tanto más fracasé. Conceptué
a Dios como el ser más exigente del universo, pero me hallaba impotente de cumplir la menor
de sus demandas. Un día cuando leía romanos 7, repentinamente fue iluminado y vi que no
solamente había sido librado del pecado sino también de la ley. Asombrado, salté y dije: “Señor,
¿es que verdaderamente no me impones más demandas? Entonces no necesito hacer nada
más para Ti”.
Las exigencias de Dios no han cambiado, pero no somos nosotros los que podemos
cumplidas. Alabado sea Dios, Él es el Legislador sobre el trono, y Él es el guardador de la
ley en mi corazón. Él que dio la ley, Él mismo la guarda. Él hace las demandas, pero Él mismo
las cumple. Mi amigo bien podía saltar y exclamar cuando descubrió que no tenía nada
que hacer, y todos los que hacen tal descubrimiento bien podrían hacer lo mismo. Mientras
que tratamos de hacer algo, Dios no puede hacer nada. Es por causa de nuestros esfuerzos,
que fracasamos, y fracasamos, y fracasamos. Dios quiere demostrarnos que no podemos hacer
nada, y hasta que eso no sea plenamente reconocido, nuestros desalientos y desilusiones no
cesarán.
Un hermano que estaba tratando de luchar para ganar la victoria, me dijo: “No sé por
qué soy tan débil”. “Lo que pasa a usted”, le dije, “es que es débil para no hacer la voluntad
de Dios, pero no es suficiente débil para mantenerse del todo fuera de las cosas. Aún no es
bastante débil; pero cuando está reducido a la absoluta incapacidad y persuadido de que no
puede hacer nada, entonces Dios hará todo”. Todos necesitamos llegar al punto donde decimos:
“Señor, no puedo hacer ninguna cosa para Ti, pero confío en Ti para que lo hagas todo
en mí”.
UNA ILUSTRACIÓN AL CASO

En cierto tiempo estaba parando en determinado lugar con unos veinte hermanos más.
Había inadecuada provisión para bañarnos en el lugar donde estábamos, así que íbamos para
tomar una zambullida diaria en el río. En una ocasión un hermano sintió calambres en una
pierna y estaba hundiéndose: así que llamé la atención de otro hermano, que era un experto
nadador, para que acudiera a su rescate, Pero no hizo movimiento alguno. Desesperado, grité:
“¿No se da cuenta que el hermano se está ahogando?” Y los otros hermanos, tan agitados como
yo, también gritaron vigorosamente. Pero nuestro buen nadador continuó en su inactividad.
Con calma y serenidad, se quedó donde estaba. Mientras tanto la voz del pobre hermano
que se ahogaba era más apagada, y sus esfuerzos, más débiles. En mi corazón dije: “¡Odio a
aquel hombre! ¡Pensar que él dejara ahogar a un hermano ante sus propios ojos sin acudir a su
rescate!”
Pero, cuando el hombre estaba ya hundiéndose, con algunas rápidas brazadas, el nadador
se puso a su lado, y pronto ambos estaban en tierra. Cuando me vino una oportunidad,
expresé mis opiniones. “Nunca he visto a cristiano alguno que amara su vida tanto como usted”,
dije yo. “Piense de la angustia que habría ahorrado a ese hermano si usted se hubiera
considerado a usted mismo menos y a él un poco más”. Pero el nadador conocía la cosa mejor
que yo. Dijo: “Si hubiera acudido antes, me habría agarrado tan fuertemente que ambos nos
hubiéramos hundido. Un hombre que se está ahogando no puede ser salvado hasta que está
absolutamente exhausto y cesa de hacer el menor esfuerzo para salvarse”.
¿Lo ves tú? Cuando nosotros abandonamos el caso, entonces entra Dios. Él está esperando
hasta que lleguemos al fin de nuestros recursos y no podamos hacer nada más para nosotros
mismos. Dios ha condenado todo lo que es de la antigua creación y lo ha consignado a
la Cruz. “La carne para nada aprovecha” (}n. 6:63). Si tratamos de hacer algo nosotros mismos,
estamos prácticamente repudiando la Cruz de Cristo. Dios nos ha declarado aptos sólo
para muerte. Cuando verdaderamente creemos esto, entonces confirmamos el fallo divino al
abandonar todos nuestros propios esfuerzos para agradarle. Cada esfuerzo nuestro de hacer su
voluntad es una negación de su declaración en la Cruz acerca de nuestra absoluta inutilidad.
Nuestros continuados esfuerzos son señal de que hemos entendido mal las demandas divinas
por un lado, y la fuente de provisión por otro.
Contemplamos la ley y pensamos que debemos cumplir sus demandas pero necesitamos
recordar que, aunque la ley en sí misma está bien, estaría mal aplicarla a la persona a quien no
corresponde. El “miserable hombre” de Romanos 7 trató de afrontar él mismo las demandas
divinas, y eso fue la causa de angustia. El repetido uso de la primera persona (el yo) da la clave
del fracaso. “El querer el bien está en mí, pero no el hacerla” (Ro. 7: 18). Había un concepto
erróneo fundamental en la mente de ese hombre. Él pensaba que Dios le pedía a él guardar
la ley, y así por consiguiente estaba tratando de guardarla. Pero Dios no requería ninguna cosa
de É1. ¿Cuál fue el resultado? Lejos de hacer lo que agradaba a Dios, se hallaba haciendo lo
que le desagradaba. En sus mismos esfuerzos de hacerla, hizo exactamente lo opuesto de lo
que él sabía ser la voluntad divina.

“GRACIAS A DIOS”

Romanos 6 trata del “cuerpo de pecado” (6:6); Romanos 7 trata del “cuerpo de muerte”
(7:21). En el capítulo 6, todo el tema que nos presenta es el “pecado”: en el capítulo 7 nos
presenta la “muerte”. ¿Cuál es la diferencia entre cuerpo de pecado y cuerpo de muerte? Mi
actividad respecto al pecado hace de mi cuerpo un cuerpo de pecado: mi inactividad con res-
pecto a la voluntad de Dios lo hace un cuerpo de muerte.
¿Has descubierto la verdad de esto en tu vida? No basta haberla descubierto en Romanos
6 y 7. ¿Has descubierto que estás llevando el peso muerto de un cadáver en relación a la
voluntad de Dios'? No tienes dificultad en hablar acerca de las cosas terrenas, pero cuando
tratas de hablar para el Señor tienes impedimento en el habla; cuando tratas de orar, te sientes
medio dormido; cuando tratas de hacer algo para el Señor, te sientes indispuesto. Puedes
hacer cualquier cosa salvo aquellas que se relacionan a la voluntad divina. Hay algo en este
cuerpo que no armoniza con la voluntad de Dios.
¿Qué significa muerte? Muerte es la debilidad en su punto extremo -debilidad, enfermedad,
muerte. La muerte significa total debilidad, débil hasta tal grado que no podrá ser peor.
Que yo tenga un cuerpo de muerte en relación con la voluntad de Dios significa que soy tan
débil con relación a servir a Dios, tan completamente débil, que soy reducido a un grado de
lamentable desamparo. “Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte'?”, clamó
Pablo (Ro. 7:24). Es bueno cuando alguien clama como hizo él. No hay nada más melodioso
en los oídos del Señor. Este clamor es el más espiritual y el más escritural que puede un
hombre articular. Sólo lo hace cuando sabe que nada puede hacer y deja de hacer nuevas resoluciones.
Hasta este punto, cada vez que fracasa, hace una nueva resolución y dobla y redobla
la fuerza de voluntad. A la larga descubre que no hay posibilidad de hacer más determinaciones
y clama cn su desesperación: “Miserable de mí!” Ha llegado a un grado donde desespera
de sí mismo.
¿Has desesperado de ti mismo o todavía esperas que si leyeras u oraras más serás mejor
cristiano'? El leer y el orar no son cosas equivocadas, pero la equivocación es confiar en ellos
para la victoria. Nuestra confianza debe estar en Cristo sólo. Felizmente el “miserable hombre”
no meramente deplora su miseria, sino hace una pregunta excelente, a saber: “¿Quién me
librará'?” “¿.Quién?” Hasta aquí ha buscado un 'algo', ahora busca un 'quien'. Hasta aquí ha
mirado adentro por la solución de su problema: ahora busca un Salvador fuera de sí mismo.
No pone más en juego el esfuerzo propio; toda su expectativa está ahora en Otro.
¿Cómo obtuvimos el perdón de los pecados'? ¿Fue por la lectura, la oración, las caridades,
etc.? No, miramos a la Cruz, confiando en lo que el Señor había hecho, y la liberación del
pecado opera exactamente sobre el mismo principio que el perdón de pecados. En el asunto
del perdón miramos a Él sobre la Cruz: en el asunto de la liberación miramos a Él en nosotros.
Acerca del perdón dependemos de aquello que Él ha hecho: en relación a la liberación dependemos
de lo que Él hará en nosotros. Pero en relación tanto al perdón como a la liberación,
nuestra dependencia será de Él sólo. Él es quien hace todo.
En el tiempo cuando fue escrita la epístola a los Romanos, era castigado un asesino en
una manera rarísima y terrible. El cadáver del muerto era atado al cuerpo viviente del asesino;
cara a cara, mano a mano, pie a pie; y el viviente quedaba ligado al muerto hasta la muerte.
Estaba libre el asesino de ir donde quisiera, pero por doquier tenía que arrastrar el cadáver del
muerto. Pablo se sintió ligado a un cuerpo muerto e incapaz de librarse. Donde quiera que
fuera, fue impedido por esta carga terrible. A la larga no pudo aguantar más y clamó: “Miserable
de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” Pero su grito desesperado es seguido
inmediatamente por un canto de alabanza. Esta es la contestación a su pregunta. “Gracias
doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Ro. 7:25).
Sabemos que la justificación es por medio del Señor Jesús y que no requiere obra de
nuestra parte; pero creemos que la santificación depende de nuestros esfuerzos. Creemos que
solamente obtenemos el perdón por confianza completa en el Señor; pero creemos que sólo
podemos obtener liberación con hacer algo nosotros. Tememos que si no hacemos nada, nada
sucederá. Después de la salvación, la vieja costumbre de hacer algo se afirma de nuevo y comenzamos
otra vez nuestros esfuerzos propios. Entonces la Palabra de Dios se oye de nuevo:
“Consumado es”. Él ha hecho todo en la Cruz para mi perdón y va a hacer todo en mí para mi
liberación. En ambos casos, Él es el Hacedor. “Dios es el que en vosotros produce el querer
como el hacer” (Fil. 2: 13).
Las primeras palabras del hombre liberado son muy preciosas: “Gracias doy a Dios”. Si
alguien te da un vaso de agua, le agradeces a él, no a ningún otro. ¿Por qué dijo Pablo: “Gracias
doy a Dios”? Porque Dios era el que hizo todo. Si hubiera sido Pablo quien lo hiciera,
habría dicho: “Gracias doy a Pablo”; pero él vio que Pablo era un “miserable” y que sólo Dios
podía atender a su necesidad. Así que él dijo: “Gracias doy a Dios”. Dios quiere hacer todo
porque Él quiere toda la gloria. Si nosotros hiciéramos parte de la obra entonces nos tocaría
algo de la gloria; pero Dios la quiere toda, así que Él hace toda la obra del comienzo hasta el
fin.
Lo que hemos dicho en este capítulo podría parecer negativo y no muy práctico si quedásemos
aquí, como si la vida cristiana consistiera en sentarnos y esperar que algo suceda. Por
supuesto, es cosa muy distinta. Todos los que la viven, saben que es asunto de una fe en Cristo
muy positiva y activa, y en un nuevo principio de vida: la ley del Espíritu de vida. Pablo
explica en los primeros nueve versículos del capítulo 8 cómo obtenemos la liberación y cómo
somos capacitados para vivir una vida santa en el mundo. Él muestra que es todo por el Espíritu
Santo. Veremos ahora los efectos en nosotros de este nuevo principio de vida.


ANDANDO EN EL ESPÍRITU
Llegando ahora a Romanos capítulo 8, debemos primeramente resumir el argumento de
la segunda sección de la carta: capítulo .5: 12 hasta el fin del capítulo 8.

POSICIÓN Y EXPERlENCIA
Tenemos cuatro diferentes aspectos en relación con la obra de Dios en la redención: el
capítulo 5, “en Adán”; el capítulo 5, “en Cristo”; el capítulo 7, “en la carne”; el capítulo 8, “en
el Espíritu”. En esto vemos cuatro diferentes principios y debemos discernir claramente la
relación entre ellos. Tenemos “en Adan” contra “en Cristo” mostrando nuestra posición; lo
que éramos por naturaleza y luego lo que ahora somos por la fe en la obra redentora de Cristo.
También tenemos en la carne contra en el Espíritu” y esto se relaciona con nuestro andar, como
asunto de experiencia práctica. Creemos que hasta estar “en Cristo”, pero debemos también
andar “en el Espíritu” (Ro. 8:9). He aquí uno de los más importantes puntos de la vida
cristiana. Aunque de hecho estoy en Cristo, con todo si viviera en la carne, es decir en mi propio
poder, entones experimentaré lo que está “en Adán”. Si quiero experimentar todo lo que
está en Cristo, entonces debo aprender a andar “en el Espíritu”. El uso frecuente de las palabras
“el Espíritu” en la primera parte de Romanos 8 sirve para enfatizar esta nueva e importante
lección de la vida cristiana.

ANDAR EN LA CARNE O EN EL ESPÍRITU
La carne se relaciona con Adán; el Espíritu con Cristo. Vivir en la carne significa sencillamente
que tratamos de hacer algo en nuestra propia energía natural. Esto es vivir por la
fuerza que emana de la vieja fuente natural de vida que heredé de Adán, y así gozo de todo lo
que se encuentra en él: ¡provisión adecuada para poder pecar! Ahora bien, lo mismo se aplica
al que está en Cristo. Para gozar en experiencia de lo que es mío en Él, debo aprender lo que
es andar en el Espíritu. Es un hecho histórico que en Cristo mi viejo hombre fue crucificado, y
es un hecho que actualmente soy bendecido “con toda bendición espiritual en los lugares celestiales”
(Ef. 1:3), pero si no vivo en el Espíritu, entonces mi vida puede ser una contradicción
del hecho de que estoy “en Cristo”, porque lo que es verdad para mí como estando en El,
no se manifiesta en mí.
Puedo reconocer que estoy en Cristo, pero tal vez también tengo que reconocer que mi
viejo mal genio se deja ver mucho. ¿Cuál es el problema? El problema es que va estoy aferrándome
a la verdad objetiva cuando lo que es verdad objetiva debe llegar a ser verdad subjetiva;
y esto ocurrirá en la medida en que yo viva en el Espíritu.
No sólo estoy en Cristo, pero Cristo está en mí. Y de la misma forma en que naturalmente
un hombre no puede vivir ni trabajar en el agua, sino sólo en el aire, así también espiritualmente
Cristo mora y se manifiesta no en la 'carne' sino en el 'espíritu'. Por tanto si vivo
'según la carne' hallo que lo mío en Cristo se mantiene, por decido así, en suspenso. Aunque
de hecho estoy en Cristo, sin embargo estoy viviendo en la carne -vale decir en mi propia
fuerza y bajo mi propio gobierno- entonces, en la experiencia, descubro con tristeza que en mi
se manifiesta lo que está en Adán. Leemos en la Palabra lo que quiere Dios, e inmediatamente
nos ponemos a hacerla. Por ejemplo, cuando descubrimos en la Palabra que debemos ser
humildes, en vez de echamos en entera dependencia en el Señor, inmediatamente reunimos
nuestras fuerzas y determinamos que en lo sucesivo trataremos de ser humildes; y somos tan
sinceros en esto que nos imaginamos que estamos andando bien, cuando en realidad estamos
esquivando el punto fundamental. Si yo quiero conocer experimentalmente todo lo que en
Cristo hay, debo aprender a vivir en el Espíritu.
Vivir en la carne significa que creemos que nosotros mismos podemos hacer: en consecuencia
ensayamos probarlo. Cuando realmente nos damos cuenta de la corrupción de nuestra
propia naturaleza, entonces, al descubrir las demandas divinas en la Palabra, nunca trataremos
de afrontarlas nosotros sino sencillamente reconoceremos nuestra absoluta debilidad y diremos:
“Señor, no puedo hacerla, y rehúso tratar de hacerla. Si Tú no lo efectúas en y por mí,
nunca será hecho”. Cuando vemos que Dios requiere humildad de nosotros, ya no trataremos
más de ser humildes, sino sencillamente volveremos al Señor, y le diremos: “Señor, por mí
mismo no puedo ser humilde, pero confío que Tú has de demostrar tu humildad en mí”.
Vivir en el Espíritu significa que yo confío que el Espíritu Santo hará en mí lo que yo no
puedo hacer. Esta vida es totalmente diferente de la que yo naturalmente viviría por mí mismo.
Cada vez que me encuentro frente a una nueva demanda del Señor, le miro para que El
haga en mí lo que requiere de mÍ. No es un caso de probar sino simplemente de confiar: no de
luchar sino de descansar en El. Si yo tengo un mal genio, pensamientos impuros, una lengua
respondona o un espíritu crítico, no haré la menor cosa para cambiarme a mí mismo sino me
entregaré al Espíritu para que produzca en mí la necesitada pureza o humildad o mansedumbre.
Sencillamente me pondré a un lado y dejaré que Dios lo haga todo por su Espíritu Santo.
Esto es lo que quiere decir “Estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros”
(Ex. 14:13) .
Algunos de vosotros seguramente habéis tenido experiencia de esta clase. Habéis sido
invitados a ir y visitar a un amigo, y el amigo no fue muy amable, pero confiasteis que el Señor
os ayudaría. Le dijisteis, antes de salir, que vosotros mismos no haríais más que fracasar y
le pedisteis todo lo necesario. Entonces, con gran sorpresa, no os sentisteis irritados aunque
vuestro amigo se mostró poco afable. Al volver a casa, meditasteis en la experiencia y os maravillasteis
de que os mantuvierais tan serenos y os preguntasteis si estaríais tan serenos la
próxima vez. Os sorprendisteis de vosotros mismos y buscasteis una explicación. Esta es la
explicación: el Espíritu Santo os sostuvo.
Infelizmente sólo tenemos esta clase de experiencia de vez en cuando; pero debería ser
una experiencia constante. Cuando el Espíritu Santo controla las cosas, no hay necesidad de
esfuerzo por nuestra parte. No es un caso de decidiros a resistir y luego pensar que os habéis
controlado maravillosamente y habéis alcanzado una gloriosa victoria. No, donde hay verdadera
victoria, no hay esfuerzo humano. El Señor nos lleva adelante.

El objeto de la tentación es siempre conseguir que hagamos algo nosotros. Durante los
primeros tres meses de la guerra en la China perdimos un gran número de tanques y así fuimos
incapaces de hacer frente a los tanques japoneses hasta que fue ideada la siguiente táctica:
Un solo tiro fue dirigido hacia un tanque japonés por uno de nuestros francotiradores en
emboscada. Después de un considerable lapso, el primer tiro sería seguido por un segundo: y
entonces un largo silencio y luego otro tiro: hasta que el conductor del tanque ansioso de localizar
de dónde venían los tiros sacaba la cabeza para investigar. El tiro siguiente terminaba
con él.
Mientras él quedaba protegido, estaba perfectamente a salvo. Toda la maniobra fue inventada
para sacarle de su escondite. Asimismo las tentaciones de Satanás no son, en primer
lugar, el conducimos a hacer algo particularmente pecaminoso, sino meramente hacer que
procedamos en nuestra propia energía, y en el momento mismo en que damos el primer paso
para hacer algo nosotros, él ya ha ganado una victoria. Mientras no nos movamos de nuestro
escondite en Cristo, mientras no pasemos al reinado de la carne, entonces él no nos puede
vencer.
El camino divino de la victoria no permite nada de nuestra acción, es decir, fuera de
Cristo. Nuestra victoria consiste en escondernos en Cristo y no hacer nada, confiando que Él
hará absolutamente todo. En el momento que nos movemos, empezamos a perder terreno.
Esto es porque en cuanto nos movemos corremos peligro, pues nuestras inclinaciones naturales
nos llevan en dirección equivocada. ¿Dónde pues, buscaremos ayuda? Miremos ahora a
Gálatas 5:17: “El deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne”.
En otras palabras, la carne no batalla contra nosotros sino contra el Espíritu Santo, porque
estos se oponen entre sí”, y es Él, no nosotros, quien enfrenta y procede con la carne. ¿Qué es
el resultado? “...para que no hagáis lo que quisiereis”.
Creo que muchas veces hemos interpretado mal el significado de la última cláusula de
este versículo. Veamos. ¿Cómo procederíamos nosotros naturalmente? Seguiríamos un curso
de acción llevados por nuestros propios instintos y divorciados de la voluntad de Dios. El
efecto pues de negarnos a actuar de nosotros mismos será que el Espíritu Santo tendrá libertad
de enfrentar y tratar con la carne en nosotros, con el resultado de que no haremos lo que por
naturaleza haríamos: es decir no obraremos de acuerdo a nuestra inclinación natural, no emprenderemos
planes propios; sino que hallaremos nuestra satisfacción en su perfecto plan.
Si vivimos en el Espíritu, podemos quedarnos a un lado y contemplar cómo el Espíritu
Santo gana nuevas victorias sobre la carne cada día. “Andad según el Espíritu, y no cumpliréis
los deseos de la carne” (Gá. 5: 16, V.M.). El Espíritu Santo nos ha sido dado para encargarse
de este asunto. Nuestra victoria reside en escondemos en Cristo, y en confiar en sencillez que
su Santo Espíritu vencerá en nosotros las concupiscencias carnales con sus propios nuevos
deseos. La Cruz ha sido dada para procuramos la salvación: el Espíritu Santo ha sido dado
para llevarla a cabo en nosotros. Cristo crucificado, resucitado y glorificado, es la base de
nuestra salvación: Cristo en nosotros por el Espíritu es el poder de nuestra salvación.

CRISTO NUESTRA VIDA
“Gracias doy a Dios, por Jesucristo!” Esa exclamación de Pablo es en realidad lo mismo
que lo que dice en Gálatas 2:20, el versículo que sirve como clave para nuestro estudio: “Ya
no vivo yo... mas Cristo.,.”. Vimos cuán a menudo se usa la palabra “yo” en Romanos 7, culminando
en el grito de agonía: “¡Miserable de mí!” Luego sigue la aclamación de liberación:
“¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo!” y es evidente que Pablo descubrió que la vida que gozamos
es la vida de Cristo únicamente. Pensamos en la vida cristiana como una “vida transformada”
pero en realidad no es así. Dios nos ofrece una “vida canjeada”, una “vida sustituida”,
y Cristo es el Sustituto en nosotros. “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. No es algo
que tenemos que producir nosotros. Es la vida de Cristo mismo reproducida en nosotros.
¿Cuántos cristianos creen en la “reproducción” en este sentido, como algo más que la
regeneración? Regeneración quiere decir que la vida de Cristo es plantada en nosotros por el
Espíritu Santo; eso es el nuevo nacimiento.
“Reproducción” es algo más: quiere decir que la vida nueva crece y se manifiesta progresivamente
en nosotros hasta que la misma imagen de Cristo empieza a ser reproducida en
nuestras vidas, Eso es lo que Pablo quería decir cuando dijo a los Gálatas: “Hijitos míos, por
quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gá.
4:19).
Estaba pasando unos días en la casa de un matrimonio creyente, quienes no tardaron en
pedirme que orase por ellos. Al preguntarles cuál era su problema, me confesarán: “Nos impacientamos
tan fácilmente con los chicos que durante las últimas semanas los dos nos hemos
enojado varias veces al día. En verdad, estamos deshonrando al Señor. ¿Quiere usted rogar
que Él nos dé paciencia?”
“Eso es lo único que no puedo hacer -les contesté-. Estoy seguro que Dios no ha de contestar
su oración”. Entonces me dijeron con asombro: “¿Querrá usted decir que hemos llegado
a tal punto que Dios ya no está dispuesto a escuchamos cuando le pedimos que nos dé paciencia?”
“No, no exactamente eso, pero ustedes han orado en este sentido. ¿Les contestó Dios?
¡No! ¿Saben por qué? Porque no tienen necesidad de paciencia”,
Los ojos de la señora se encendieron y exclamó: “¿Qué está diciendo usted? ¿Que no
necesitamos paciencia y sin embargo nos impacientamos todo el día? Eso no tiene sentido.
¿Qué es lo que usted realmente quiere decir?”
Entonces le repliqué: “No es paciencia lo que ustedes necesitan, sino a Cristo mismo”.
Dios no nos dará humildad o paciencia o santidad o amor como distintos dones de su
gracia. El no es un comerciante que dispensa su gracia en paquetes, dando un poco de paciencia
a los impacientes, un poco de amor a los que no aman, un poco de mansedumbre a los
altivos, en cantidades que tomamos y usamos como si fuesen un capital. Él nos ha dado un
solo don para satisfacer toda nuestra necesidad: su Hijo Jesucristo. A medida que confiamos
en Él para que viva su vida en nosotros, Él será en nosotros humilde, paciente, amoroso y
todo lo demás que nos haga falta. Recordemos la palabra en la primera epístola de Juan: “Dios
nos ha dado vida eterna, y esta \ida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; d que no
tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Jn. 5:11,12). La vida de Dios no nos es dada por separado;
la vida de Dios nos es dada en el Hijo. Es “vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”
(Ro. 6:23). La relación que tenemos con el Hijo, es la misma que tenemos con b vida.
Bendita cosa es descubrir la diferencia entre los dones cristianos y Cristo: conocer la diferencia
entre la mansedumbre y Cristo, entre la paciencia y Cristo, entre el amor y Cristo.
Recordemos lo que se nos dice en 1 Corintios 1:30: “Cristo Jesús... nos ha sido hecho por
Dios sabiduría, justificación, santificación y redención”. El concepto general de la santificación
es que cada parte de la vida sea santa; pero esto no es santidad, sino el fruto de la santidad.
La santidad es Cristo. Es el Señor Jesús que nos ha sido hecho santidad.
Se puede hacer lo mismo con cualquier otra cosa: amor, humildad, poder, dominio de sí
mismo. Hoy nos hace falta paciencia. ¡Él es nuestra paciencia! Mañana quizás. precisemos
pureza. Por eso Pablo habla del “fruto del Espíritu” (Gá. 5: 22) y no de “frutos” como cosas
separadas. Dios nos ha dado su Espíritu Santo, y cuando necesitamos amor, el fruto del Espíritu
es amor, cuando necesitamos gozo, el fruto del Espíritu es gozo. Siempre es así. No importa
cuál es nuestra deficiencia personal, o nuestras muchas deficiencias, Dios siempre tiene
una respuesta suficiente: su Hijo Jesucristo, y Él es la respuesta para cada necesidad humana.
¿Cómo podemos experimentar más de Cristo en esta forma? Solamente por una mayor
conciencia de nuestra necesidad. Algunos tienen temor de descubrir alguna deficiencia en sí
mismos, y por lo tanto nunca crecen. Crecer en gracia es el único sentido en que podemos
crecer, y la gracia, como ya hemos dicho, es Dios que hace algo para nosotros. Todos tenemos
al mismo Cristo morando en nosotros, pero la revelación de alguna nueva necesidad nos llevará
espontáneamente a confiar en Él, para que Él manifieste su vida en ese particular. Mayor
capacidad significa un mayor goce de lo que Dios nos da. Cada vez que dejamos de obrar, y
confiamos en Cristo, se conquista una nueva porción de tierra. “Cristo mi vida”, es el secreto
de la expansión.
Confiar no es meramente un tema de conversación ú un pensamiento que satisface. Es
una realidad absoluta.
“Señor, no lo puedo hacer, por tanto no intentaré hacerla”. Es así que la mayoría fallamos,
pues deseamos seguir intentando.
“Señor, yo no puedo, y por ello no trataré de hacerla. De aquí en adelante confío en que
Tú lo harás”. Es decir, yo me niego a actuar, confío en que Él lo hará, y luego entro plena y
gozosamente en lo que Él ha iniciado. Esto no es pasividad. Es una vida muy activa la que
confía en el Señor de este modo, recibiendo vida de Él, tomándole a Él para que sea nuestra
vida, permitiéndole a Él vivir su vida en nosotros.
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no
andan conforme a la carne, mas conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en
Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Ro. 8:1,2). Es en el capítulo 8
que Pablo nos presenta el aspecto positivo de la vida en el Espíritu. “Ahora, pues, ninguna
condenación hay...” Al principio esta declaración puede parecer fuera de su lugar. ¿No es
cierto que fuimos librados de la condenación por la Sangre por la cual encontramos paz con
Dios y salvación del juicio? (Ro. 5:1,9). Pero hay dos clases de condenación, es decir, ante
Dios y ante mí mismo (como ya notamos que hay dos clases de paz). Cuando veo la Sangre sé
que mis pecados son perdonados y que no hay más condenación ante Dios; pero a pesar de
esto puedo todavía conocer la derrota, y el sentido de condenación en mí mismo puede ser
muy real como se ve en Romanos 7. Pero si he aprendido vivir por Cristo como mi vida, entonces
he aprendido el secreto de la victoria y ¡alabado sea Dios! “ahora, pues, ninguna condenación
hay”. “El ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Ro. 8: 6), y esto llega a ser mi experiencia
a medida que aprendo a andar en el Espíritu. Con paz en mi corazón, no tengo tiempo
para sentirme condenado, solamente para alabarle a Él quien me lleva adelante de victoria a
victoria.
EL CUARTO PASO: ANDAR “CONFORME AL ESPÍRITU”
¿Qué quiere decir andar “conforme al Espíritu”? (Ro. 8:1,4). Quiere decir dos cosas. En
primer lugar, no es obrar, es andar ¡Alabado sea Dios!, aquel costoso e inútil esfuerzo de procurar
“en la carne” de agradar a Dios ha dejado lugar a una dependencia bendita y reposada en
“la operación de su fortaleza, la cual obra en mí con poder” (Col. 1:29, V.M.). Por esto Dios
habla de las “obras” de la carne, pero del “fruto” del Espíritu (Gá. 5:19,22) .
En segundo lugar, “andar conforme” implica sujeción. Andar “conforme a la carne”
significa que me entrego a los dictámenes de la carne, y los siguientes versículos en Romanos
8:5-8 señalan claramente a dónde me conducirá esto. Solo me pondrá en conflicto con Dios.
Andar “conforme al Espíritu” quiere decir ser sujeto al Espíritu. Hay una cosa que él que anda
conforme al Espíritu no puede hacer, y eso es llegar a ser independiente de Él. Tengo que sujetarme
al Espíritu Santo: la iniciativa de mi vida tiene que ser con Él. Solamente a medida
que me entrego para obedecerle encontraré “la ley del Espíritu de vida” en plena operación en
mí. “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Ro. 8:14).
Nos son muy familiares las palabras de la Bendición en 2 Corintios 13:14: “La gracia
del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”.
El amor de Dios es la fuente de toda bendición espiritual, la gracia de nuestro Señor
Jesucristo ha hecho posible que aquella riqueza espiritual venga a ser nuestra, y la comunión
del Espíritu Santo es el medio por el cual nos es impartida. El amor es algo escondido en el
corazón del Padre, la gracia es aquel amor expresado en el Hijo, y por la comunión se imparte
aquella gracia por el Espíritu. Lo que el Padre ha ideado a favor nuestro, el Hijo ha llevado a
cabo, y ahora el Espíritu nos lo comunica. Así que, cuando vemos algo nuevo que el Señor
nos ha procurado en su Cruz, no tratemos de apropiado por nuestros esfuerzos propios, sino
en una actitud de continua sujeción y obediencia, miremos al Espíritu para impartírnoslo; porque
nuestro Señor ha mandado su Espíritu con este mismo propósito, para que Él nos comunique
todo lo que es nuestro en el Señor Jesús.

Tomado del libro: La vida cristiana normal de Watchman Nee

miércoles, 2 de marzo de 2011

Aflicciones de sanidad

“Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; MAS AHORA guardo Tu Palabra” (Salmos 119:67).

Yo creo en la sanidad. Yo creo en la aflicción. Yo creo en las “aflicciones de sanidad”. Cualquier aflicción que evite que me desvíe, que me profundice en Su Palabra, es sanidad. La mayor fuerza de gracia para la sanidad espiritual y física puede ser la aflicción.

Sugerir que el dolor y la aflicción son del diablo es sugerir que David fue guiado por el diablo a buscar la Palabra de Dios. He sufrido gran dolor. He clamado a Dios por liberación y he creído que me dará una completa sanidad. Sin embargo, mientras voy creyendo, continúo dándole gracias a Dios por la situación presente y permito que sirva para recordarme cuán dependiente de Él soy en verdad. Puedo decir junto con David: “Bueno me es...” (Salmos 119:71).

El dolor y la aflicción no deben ser menospreciados, como si vinieran del diablo. Tales cargas han producido grandes hombres de fe y profundidad.

“Echando toda vuestra ansiedad sobre él…” (1 Pedro 5:7).

Pablo habló de la “preocupación” por las iglesias confiadas a él. (ver 2 Corintios 11:28). Cada iglesia nueva era otra “preocupación” sobre sus hombros. El crecimiento, la expansión, el ensanchamiento de estacas siempre implican nuevas preocupaciones. El hombre que Dios use, debe tener hombros amplios. No debe encogerse ante el desafío de las numerosas preocupaciones y responsabilidades. Cada paso de fe que Dios me guía a dar, ha traído junto con él, numerosas preocupaciones y problemas nuevos. Dios sabe exactamente cuántas preocupaciones nos puede confiar. No es que Él busque quebrarnos, en salud o fuerza; es simplemente que obreros dispuestos hay pocos y ¡la cosecha es tan grande! Las preocupaciones son quitadas de aquéllos que las rechazan y dadas como dones a aquéllos que no tienen miedo de éstas. Olvide las preocupaciones que está llevando, ¿no podemos acaso echarlas todas sobre Él?

Toda bendición nueva está relacionada a una familia de preocupaciones. No pueden divorciarse. Usted no puede aprender a vivir con la bendición hasta que aprenda a vivir con las preocupaciones.

David Wilkerson

martes, 8 de febrero de 2011

Hoy no te pido nada

Hoy no te pido nada
Jinete de los vientos,
me has dado tanto, tanto
que contarlo no puedo.

Sin que te lo pidiera
llenaste el firmamento
de estrellas y planetas
para yo verte en ellos.

Ya me diste los árboles,
las flores, el pan nuestro,
y las sabias abejas,
y el canto del jilguero.

Ya me diste la lluvia,
y la noche y el sueño,
más la fe para hallarte
en el vasto universo.

Me has dado las respuestas
de antemano, y por eso
hoy no te pido nada,
mañana, ya veremos.

Rodolfo Loyola

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Fides
No te resignes antes de perder
Definitiva, irrevocablemente,
La batalla que libras. Lucha erguido
Y sin contar las enemigas huestes,

¡Mientras veas resquicios de esperanza,
no te rindas! La suerte
gusta de acumular los imposibles
para vencerlos en conjunto, siempre,
con el fatal y misterioso golpe
de su maza de Hércules.

¿Sabes tú si el instante
en que, ya fatigado, desesperes,
es justo aquel que a la definitiva
realización de tu ideal precede?

Quien alienta una fe tenaz, el hado
Más torvo compromete
En su favor. El SINO a la fe sólo
es vulnerable y resistir no puede.

La fe otorga el divino privilegio
De la CASUALIDAD, a quien la tiene en grado heroico.
Cuando las tinieblas
Y los espectros y los trasgos lleguen
A inspirarte pavor, ¡cierra los ojos,

Embraza tu fe toda y arremete!
¡Verás cómo los monstruos más horribles
al embestirlos tú, se desvanecen!

Cuanto se opone a los designios puros
Del hombre, es irreal; tan solo tiene
La imaginaria vida
Que le dan nuestro miedo y nuestra fiebre.

Dios quiso en su bondad que los obstáculos
Para aguzar las armas nos sirviesen;
Quiso que el imposible
Estuviera no más para vencerle,
Como está la barrera en los hipódromos,
A fin de que la salten los corceles.

Búrlate, pues, de cuanto en el camino
Tu altivo impulso detener pretende.
¡No cedas ni a los hombres ni a los ángeles!
(con un ángel luchó Jacob, inerme,
por el espacio entero de una noche,
... y el ángel le bendijo, complaciéndose
en la suprema audacia del mancebo,
a quien llamó Israel, porque era FUERTE
CONTRA DIOS...)

¡Ama mucho: el que ama embota
hasta los aguijones de la muerte!
Que tu fe trace un círculo de fuego
Entre tu alma y los monstruos que la cerquen,
Y si es mucho el horror de los fantasmas
Que ves, ¡cierra los ojos, y arremete!
 
 3 de Marzo de 1915  Amado Nervo